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Aún antes de su formalización, médicos, abogados, educadores y filósofos, entre otros, utilizaron los incipientes conocimientos y prácticas de la psicología desde fines del siglo XIX para desentrañar comportamientos, mejorar la calidad de sus servicios profesionales, investigar en campos emergentes y desarrollar teoría.
Sin ese interés previo, sostenido y confluyente desde distintos ámbitos y perspectivas, sin esos desarrollos, sería difícil pensar la ulterior inserción formal de la enseñanza de la psicología en las universidades, su actual reconocimiento como disciplina de interés público y las sucesivas legislaciones reguladoras del ejercicio profesional en el país.
La así llamada Psicología científica y el Psicoanálisis iniciados a fines del siglo XIX, los estudios psicosociales y sus aplicaciones en diversos campos durante el siglo XX, los estudios cognitivos y el desarrollo de las neurociencias en las últimas décadas del siglo pasado despertaron la curiosidad y el interés de jóvenes que se iniciaron - y se inician- en su estudio. También de profesionales universitarios y no universitarios que se desempeñaron y desempeñan en actividades diversas y encuentran en la diversidad del conocimiento psicológico, conceptos y herramientas útiles para sus propios campos de trabajo.
Este fenómeno que está bastante extendido en gran parte de los países encuentra en el nuestro un particular desarrollo y una peculiar inserción cultural. Razones complejas y no suficientemente investigadas todavía inciden en la amplia difusión e impregnación en el país de conocimientos y prácticas de la psicología.
Esto se da aún cuando es borroso el nivel de discriminación entre teorías, campos, competencias e incumbencias, lo que conlleva un riesgo de banalización, tal como se observa también en otras disciplinas.
Sin embargo, no le resta valor. Por el contrario ratifica la aceptación social que los profesionales de la disciplina han logrado consolidar y a la que los académicos e investigadores debemos contribuir con nuestros estudios y con el cuidado con que debemos encarar la formación de las jóvenes generaciones.
Pautas de crianza, estilos de convivencia, dificultades escolares, conflictos familiares, conflictos laborales, acciones comunitarias, orientación vocacional y laboral, selección de recursos humanos y capacitación, planes y programas sanitarios, e intervención en catástrofes son sólo algunas de las prácticas ampliamente difundidas culturalmente y reconocidas socialmente en el ámbito sociocomunitario, de la salud, la educación, la justicia, el trabajo. Muchas en colaboración con otras disciplinas y aún difundidas y promocionadas desde ámbitos ajenos a la propia disciplina y profesión.
Todo ello, sin desmedro de las actividades “reservadas al título de grado”, específicas, como la evaluación psicológica, el psicodiagnóstico y las psicoterapias, de amplio y sólido desarrollo en nuestro medio.
En distintos momentos circularon diversas hipótesis respecto de por qué esta impregnación en la cultura de nuestro país por las ideas y aún por cierto lenguaje “psi”. Por cierto, no es sólo atribuible a la “militancia” de los profesionales universitarios que, desde mediados del siglo XX, bregamos por la regulación y legalización de nuestras prácticas, diferenciándolas de las de otras profesiones consolidadas y de larga tradición y raigambre, militancia que tiene sin duda también su peso en esa difusión.
En ese sentido, mucho se ha insistido en la incidencia que el origen multicultural y migratorio de nuestras poblaciones y el peso de las discontinuidades institucionales tienen en el desarrollo de la curiosidad intelectual por una disciplina que, desde distintas vertientes, indaga, entre otros aspectos, en cuestiones emocionales, afectivas. Una disciplina que se interesa en temas como el desarraigo, las vivencias de pérdida; que analiza la subjetividad y la construcción de subjetividad en contextos diversos; que aporta a la comprensión de fenómenos y procesos individuales, grupales, institucionales, colectivos, comunitarios en diversos campos, en la salud y en la enfermedad y que también desarrolla teoría y prácticas en campos emergentes como la economía y la política.
¿Cómo nos encuentra la celebración del Bicentenario? Nos encuentra con una disciplina que tiene sede de enseñanza, investigación y extensión en ocho universidades nacionales y en más de veinte universidades de gestión privada; con miles de profesionales que, desde el sector público y desde el sector privado, actúan en los más diversos ámbitos, tradicionales y emergentes.
Todas las disciplinas y todas las profesiones tienen deudas y desafíos. ¿Cuáles son las nuestras? Sin posibilidades ni intenciones de ser exhaustiva y sólo a manera de ejemplificación, quisiera mencionar una deuda. Queda por delante avanzar en la investigación sobre la eficacia de nuestras prácticas ya consolidadas sobre todo en el ámbito de la clínica; profundizar en investigaciones desde perspectivas epidemiológicas sobre problemáticas psicológicas y psicosociales que permitan mejorar y ajustar nuestros dispositivos de acción en el campo de la salud en diversos ámbitos; diversificar las investigaciones en educación para contribuir a la comprensión de los procesos de enseñanza y aprendizaje que permitan mejorar su calidad, y abordar eficazmente las dificultades individuales, grupales y aún institucionales que la afectan; intensificar las investigaciones en los ámbitos laborales y jurídicos que permitan conocer y afrontar la multiplicidad de circunstancias individuales, colectivas, institucionales y organizacionales que inciden, entre otros componentes, en la calidad de vida de quienes transitan o se desempeñan en esos ámbitos.
¿Cuáles son los desafíos? Al igual que en todas las disciplinas y profesiones, avanzar en el conocimiento y la comprensión de los fenómenos que le son propios; las investigaciones “básicas” en psicología tienen un larguísimo camino por recorrer que debe además incorporar conocimientos e instrumentos provenientes de otras disciplinas para reformular sus propios objetos y problemas.
En tal sentido, el desafío es también avanzar en la diferenciación disciplinar y, al mismo tiempo, en la complementación multidisciplinaria e interdisciplinaria. Es también un desafío elaborar marcos conceptuales e instrumentos que permitan operar en nuevos, variados y complejos contextos, y encontrar regularidades al tiempo que definir especificidades.
En los inicios de la creación de las carreras de Psicología en universidades nacionales a mediados de la década del '50 del siglo pasado, los planes de estudio y las primeras intervenciones de los psicólogos, sobre todo en ámbitos públicos, estuvieron orientados hacia la búsqueda de la actualización permanente y de la formación continua. Además, al desarrollo de lo que, en esos tiempos, solía definirse como las acciones para el logro de cambios personales y sociales.
Sin duda, ha habido avances en muchos aspectos y se han modificado o enriquecido los marcos teóricos y metodológicos. También se han ampliado la gama y los ámbitos de estudio e intervención profesionales pero, en mi opinión, siguen vigentes aquellos objetivos, inspirados en ideales y valores vinculados al logro del bien común, que son también los que formaron parte del ideario de mayo, fundante de nuestra patria.
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