La República Argentina se aproxima al Bicentenario y es momento de hacer algunas reflexiones teniendo en cuenta el pasado y el presente pero, sobre todo, con el fin de construir en el futuro el país grande que todos queremos.
Hasta mediados del siglo XX, la producción agropecuaria argentina venía arrastrando un estancamiento productivo como consecuencia, entre otras razones, de la insuficiente incorporación de tecnología.
Por otra parte, hace 100 años la enseñanza y la investigación agropecuaria iniciaban un nuevo camino de desarrollo en la Argentina, al impulsar la creación de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires. La institución ya tenía cinco años de historia, desde la creación en 1904 del Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria dependiente del entonces Ministerio de Agricultura de la Nación. No obstante, el crecimiento del campo y su importancia estratégica para el país demandaba una mayor capacitación académica de profesionales y técnicos, que el prestigio de la UBA garantizaba.
Transcurrió un siglo desde entonces y en la actualidad, de cara al Bicentenario, la FAUBA rescata el sueño de sus fundadores y reafirma el compromiso de acompañar la evolución, no ya del campo, sino de un sector mucho más amplio y estratégico a nivel mundial, como es el de los agroalimentos y la agroindustria.
Para ello cuenta con un plantel de docentes- investigadores con un 60% de sus integrantes con formación a nivel de maestría y/o doctorado, y más de 60 miembros de la carrera de Investigador Científico del CONICET. A ellos se suman quienes participan exclusivamente en los programas de la Escuela para Graduados “Alberto Soriano”. En conjunto, constituyen uno de los equipos profesionales de mayor capacidad e integración del conocimiento agronómico del país.
El Ranking Iberoamericano de Instituciones ubica a la FAUBA en el cuarto puesto en “Agricultura” en Latinoamérica, sólo detrás de la Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecuaria (EMBRAPA), la Universidad de Sao Paulo y la Universidad Nacional Autónoma de México (SCImago Research Group, sobre datos de Thompson Scientific).
Las líneas de investigación de la facultad están relacionadas con las incumbencias de la profesión, y cubren toda la cadena de producción de alimentos y otras materias primas agropecuarias, con énfasis en la gestión “desde el campo hasta el plato”. Esto incluye el análisis de sistemas de producción, comercialización, manejo post-cosecha, industrialización, calidad industrial, calidad nutricional, entre otros.
Las posibilidades de desarrollo abarcan escalas de análisis muy diversas que van desde lo genético (transformación genética, clonación) hasta lo regional y global (teledetección, impactos climáticos), pasando por los problemas a nivel de predio o establecimiento rural, tales como el manejo del suelo y los cultivos, sus plagas y malezas, el desarrollo ganadero y otros. Es creciente, además, el interés por la carrera de Ciencias Ambientales de reciente creación.
Con todas estas fortalezas, la FAUBA se enfrenta hoy con la crisis que afecta a diferentes escalas y merece un comentario más detallado. El conflicto que lleva más de un año y que enfrentó a un sector numérico, electoral y económicamente nada despreciable de la sociedad argentina (“el campo”) con el Gobierno dejó algunas enseñanzas que ponen en evidencia la necesidad de alentar nuevos debates sobre la producción agropecuaria, los agroalimentos y la agroindustria, así como su importancia para el desarrollo del país y la necesidad de trabajar en propuestas y acciones concretas en las que entidades académicas como la FAUBA deben cumplir un rol fundamental.
En este tiempo transcurrido deberíamos tomar conciencia, al menos, de la falta de información que existe en la sociedad respecto de este gran sector argentino y de los cambios trascendentales que se produjeron en los últimos años.
Ellos comprenden aspectos organizacionales tales como la producción en redes complejas, que refuerzan la asociación y cooperación entre los distintos segmentos de las cadenas productivas, así como el empleo de nuevas tecnologías en insumos (semillas, fertilizantes, agroquímicos), maquinarias y manejo (siembra directa, doble cultivo).
Como resultado de todos estos cambios se incorporaron nuevos actores y se expandió aceleradamente la producción en cuanto a rendimientos ,y hacia zonas de mayor fragilidad medioambiental. La ciencia, la tecnología y la innovación fueron responsables de la mayoría de estos logros.
A pesar de ello, muchos no supieron percibir el cambio sociocultural y territorial que se produjo en el campo más allá de los avances registrados en tecnología, de manera que, en la actualidad, ser “del campo” no implica ser propietario de tierra o vivir en una explotación rural.
Teniendo en cuenta los vaivenes que atraviesa la renta de este sector, producto de factores climáticos, de precios internacionales o políticas de gobierno, es que se plantea la necesidad de realizar un análisis profundo de la identidad de la Argentina en cuanto a sus recursos naturales y humanos.
Hay que evaluar, a partir de la crisis, cómo puede gestarse un desarrollo sostenido y sustentable del país, motorizado por la agroindustria y los agroalimentos, demandante de los otros sectores de la economía, en un consenso impostergable entre instituciones públicas y privadas, con el fin de despejar los peligros de un país con “dos culturas”.
Para ello es necesario centrar esta propuesta en el marco de la sociedad del conocimiento, una expresión usada para describir un contexto en el cual el crecimiento económico depende cada vez más del conocimiento, y en donde el bienestar individual y colectivo depende cada vez más de diferentes valores. Se debe tener conciencia también de que el conocimiento y el poder son dos caras de una misma moneda y que ambos configuran una unidad de acción potencialmente exitosa.
Para intervenir se requieren dos tipos de conocimiento. Uno, denominado estructural, a fin de comprender que todo territorio o región es un sistema complejo. Para analizarlo son necesarios verdaderos cambios mentales, así como el empleo del análisis de sistemas. Este conocimiento está disponible y para usarlo debe ser introducido en la mente de las personas y de los técnicos y dirigentes políticos en particular. El otro conocimiento es el funcional. Permite entender, en el marco de la globalización, cuáles son los procesos de cambio que se dan en el territorio, conocer cómo se insertan en su entorno y qué factores determinan hoy su crecimiento económico y desarrollo social para traducir esos requerimientos en acciones de gobierno acertadas. Este conocimiento está en permanente proceso de construcción.
Los dos tipos de conocimiento deben ayudar a responder correctamente a dos cuestiones trascendentes, como de qué depende el crecimiento económico y el desarrollo de una determinada región del país.
En términos generales, el crecimiento económico de un territorio depende de la acumulación de capital, del progreso técnico, del capital humano, de las exportaciones, de los efectos territoriales de la política económica nacional y de la naturaleza y contenido del “proyecto país”. Por otra parte, el desarrollo, entendido como un proceso y como estados temporales del mismo, depende del propio crecimiento económico, del potencial endógeno latente en toda región, de una mentalidad colectiva “positiva” y, principalmente, del conjunto de subsistemas que definen la complejidad del territorio y que bajo determinadas condiciones permiten su surgimiento.
Luego de estas reflexiones y mirando al futuro debemos considerar que el principal desafío, a partir de ese “proyecto país” que no existe en la actualidad, es la creación y puesta en marcha de un Programa Agropecuario Nacional, basado en el conocimiento y la tecnología, que aporte previsibilidad y certidumbre en el mediano y largo plazo a las diferentes cadenas de valor del sector, en todas las ecorregiones del país.
Habrá que generar, en primera instancia, un diagnóstico preciso y concreto, para lo cual ya existe, en muchos casos, suficiente información. Además, ese diagnóstico deberá ser consensuado con los diferentes actores involucrados en cada territorio para que no haya escollos a la hora de implementar las políticas necesarias para el desarrollo.
El abordaje multidisciplinario resulta indispensable, así como el trabajo plurinstitucional. En este sentido es imprescindible que la comunidad de investigadores del sistema público de Ciencia y Tecnología (universidades, INTA), conjuntamente con entidades de reconocido prestigio como el Movimiento CREA y AAPRESID den el respaldo a las decisiones políticas que se apliquen. La FAUBA es plenamente consciente de ello y ha planteado una serie de iniciativas al respecto.
En líneas generales, el proyecto debe:
a) definir las potencialidades productivas actuales y futuras de las distintas regiones,
b) identificar las restricciones biofísicas, sociales, económicas y tecnológicas para la transformación del territorio,
c) describir los cambios que han tenido lugar y están ocurriendo en el uso del suelo para la producción de commodities, evaluando sus consecuencias ambientales y en la conformación del paisaje,
d) diseñar escenarios probables del territorio rural basados en esa potencialidad y las proyecciones de la demanda.
Todo este programa de acción deberá trascender los gobiernos de turno y la coyuntura, conformando una verdadera política de Estado donde la ciencia, la técnica y la innovación estén al servicio del país.
De no ser así y de cara al Bicentenario, lo que estará en juego no será sólo la rentabilidad y el funcionamiento eficaz de la red productiva más competitiva y dinámica de la economía argentina sino el futuro de nuestro país.
|